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martes, 26 de enero de 2010

Cristóbal, el que vendió su alma al diablo


CRISTÓBAL, EL QUE VENDIÓ SU ALMA AL DIABLO

Cuando Cristobal llegó a su casa, después de haber cumplido el servicio militar, con sus manos finas y limpias, y vió que tenía que dedicarse al trabajo del campo, pensó que esto ya no era para él. Los primeros días que tuvo que coger la azada y el pico se le llenaron las manos de vejigas. Y sin más decidió cambiar de oficio.

Se hizo cazador. Colgó su escopeta al hombro y se marcho al monte. Un día que estaba descansando a la sombra de un árbol, se presentó ante é1 una terrible fiera que quería devorarlo; pero Critóbal, valiente y seguro, apuntó con su escopeta y derribó a la fiera. En esto se oyó una fuerte voz:
-Ya veo que eres valiente, Cristóbal; y aquí estoy para hacer un trato contigo.
La voz era del Diablo. Cristóbal contestó:
-Dime que trato es ese y después hablaremos.
-Quiero que me vendas tu alma, -le dijo el Diablo-. Durante cinco años tu alma estará pendiente de mí. Si antes de los cinco años mueres, el alma será mía. Si pasan esos cinco años y no has muerto, vuelves a quedar libre y podrás disponer de tu alma.
-Y a cambio de eso que me das?-pregunto el cazador.
-A cambio de eso te daré este abrigo. Es un abrigo que te dará todo el dinero que quieras; basta con que metas las manos en los bolsillos y pidas. Pero ahora falta que te ponga mi verdadera condición: en esos cinco años que dure mi poder, no podrás cortarte el pelo, afeitarte ni lavarte. Y siempre llevarás el mismo abrigo encima.
-De acuerdo-dijo Cristóbal.
-Y en este mismo sitio dentro de cinco años-dijo el Diablo. Y se separaron.

Cuatro años llevaba ya Cristóbal recorriendo el mundo con el abrigo puesto, con el pelo crecido, la barba larga y sucia, con una cara que daba miedo, Y no podía presentarse delante de nadie, porque todo el mundo huía. Una noche llegó a un pueblo y se dirigió a la posada. Al entrar, y asi que fue visto por el dueño, este no sabía donde meterse; temblaba todo asustado. Cristóbal pidió posada, y a cambio daría todo el dinero que le pidiesen. El posadero le dijo que le daría un cuarto apartado, si le prometía no salir de él, porque si los demás huéspedes lo veían, abandonarían todos la posada. Cristóbal lo prometió y se fue a dormir.

Poco después de estar acostado llegó a la posada un buen hombre, que vivía en un pueblo vecino. Estaba cansado y quería dormir para continuar su camino a la noche siguiente. El posadero le dijo:
-No tengo más que un cuarto donde poderlo meter: pero hay en el un hombre tan horrible que no me atrevo a aconsejarle que
pase la noche en su compañía. Más que un hombre parece una fiera. El recién llegado le contestó que eso no importaba, que lo que quería era pasar la noche de cualquier manera. Lo convinieron así.

Entró en el cuarto donde estaba Cristóbal. Primero no se dijeron nada: al cabo de un rato se pusieron a hablar. Y el buen hombre contó a Cristóbal que había llegado al pueblo aquel por asuntos de un pleito, y que lo había perdido, lamentándose de que todas sus tierras y casa no le alcanzaran para pagar lo que le pedían. Cristóbal echó mano al bolsillo del abrigo v sacó muchos miles de duros, que entregó al hombre, diciéndole:
-Tenga usted y pague sus deudas; y vuelva tranquilo a su casa.
E1 buen hombre no quería creer lo que estaba viendo; pero terminó por aceptar el favor que aquel ser tan espantoso le hacía. Después le dijo:
-Yo quiero agradecerle a usted lo que ha hecho por mí. Quiero que venga a mi casa y vera las tres hijas que tengo. Si alguna de ellas lo quiere por marido, después que yo les cuente lo que usted ha hecho por mí, no tengo inconveniente ninguno.
Al amanecer del siguiente día marchó el buen hombre para su casa y anunció a sus hijas la visita que iban a recibir y el fin que tenía.

Al anochecer, y antes de la llegada de Cristóbal, las dos muchachas mayores se peinaron, se empolvaron y se miraron al espejo. La más pequeña no pudo hacerlo, porque estaba siempre metida en la cocina y no tenía tiempo ni de lavarse.
Cuando Cristóbal llegó, estaban las tres esperandolo en la sala. No hizo más que asomar, y las dos mayores salieron huyendo, espantadas. La más pequeña se quedó y contempló a Cristóbal sin miedo. Este le dijo:
-¡No se asusta la niña!... ¿De verdad me quiere por marido? .
-Yo no me asusto, y lo acepto; porque usted ha hecho un bien muy grande a mi padre y a mi casa.
Cristóbal le contó toda su vida, el pacto con el Diablo y lo que todavía le quedaba. Ella contestó que nada le importaba, y que esperaría todo el tiempo que fuese menester.

-Está bien, dijo él. Me quedan dos años: uno para terminar mi trato con el Diablo y otro para recorrer el mundo en busca del dinero que he ido enterrando. Para que cuando vuelva te conozca y me conozcas, este anillo que llevo lo partiremos en dos; tu conservaras una mitad y yo la otra. Si al yo volver se emparejan los dos pedazos de anillo, no habrá duda de quien eres tú y de quien sea yo. Y entonces nos casaremos.

Dicho esto salió a la calle y se marchó mundo adelante. Pasó el quinto año. Cristóbal y el Diablo se encontraron en el mismo lugar de la primera vez. Al verlo aparecer le dijo el Diablo:
-No he podido contigo, Cristóbal. Dame el abrigo y asunto terminado.
-Antes de dartelo--contestó Cristóbal-, me tienes que pelar, afeitar y lavar. Déjame como la primera vez que me viste.
Al Diablo no le quedo otro remedio, y recuperado su abrigo dejó solo a Cristóbal.

Se transformó en un arrogante mozo, blanco de cara y fuerte de cuerpo. Tenía ahora el alma muy cantenta. Iba alegre recorriendo el mundo y recogiendo el dinero que había enterrado en muchos sitios. Pasado un año llegó a casa de las tres hermanas. Cuando el llegó, sólo se hallaban presentes las dos mayores, porque la más pequeña estaba siempre en la cocina, entre la ceniza y el fuego. Viendo a tan arrogante galán en la casa, las dos mozas no cabían en sí de contentas.
Pero Cristóbal pregruntó:
-¿No hay mas mozas en la casa?
-No; solamente nosotras, porque la criada está en la cocina.
-No importa, -dijo el muchacho-: quiero ver a la criada.
Y aunque las otras dos no querían, no quedó otro remedio que llamarla. Al verla entrar, Cristóbal se acerco a ella:
-¿No tiene usted un pedazo de anillo que hace dos años le entregó un hombre que sacó a su padre de un gran apuro?
-Sí; lo tengo aquí.
Y sacó de una faltriquera el medio anillo que, comparado con el que traía Cristóbal, hacían un anillo entero.
-Yo soy aquel hombre horrible que las asusto a ustedes. Como ésta fue la que me quiso entonces, con ella me quiero casar
ahora.

Se celebraron las bodas con gran alegría. Pero la envidia atormentaba a las dos hermanas mayores. Y desesperadas, se tiraron a un aljibe y murieron ahogadas. A1 tiempo que esto sucedía, una voz se dejó oir a Cristóbal. Era la voz del Diablo, que decía:
-Cristóbal: he ganado yo; que por tu alma he ganado dos.
Y con esto se acaba el cuento.

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